Aida Salas es colegiada desde 2001. Estudió la carrera, en la especialidad de Ingeniería Rural, en la entonces Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de Madrid (Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas en la actualidad) y un Máster en Jardinería y Paisajismo. Sus primeros trabajos fueron por cuenta ajena, pero después no dudó en aventurarse en el ejercicio libre de la profesión. Con motivo del Día Internacional de la Mujer, que celebramos cada 8 de marzo, queremos conocer su experiencia y visibilizar la presencia de las ingenieras agrónomas en este ámbito de la profesión.
¿Cómo recuerdas tu paso por la Escuela de Agrónomos?
Recuerdo la escuela con gran nitidez, pasé muchos años en ella. Recuerdo la solemnidad del edificio principal, las aulas, el ascensor, los pasillos y los listados de las notas, las taquillas y, sobre todo, la antigua biblioteca, con su sala de fumadores, también publicaciones, la cafetería y el césped, el chiringuito en el Abeto Pinsapo y la megafiesta de San Isidro que nos la arrebataron... En lo que se refiere a lo académico, hubo tiempo para todo también, para disfrutar de profesores excelentes y para sufrir a otros con los que no había manera de sintonizar. En general, las prácticas en los laboratorios eran muy interesantes y fomentaban más el trabajo en equipo.
¿Por qué elegiste esta profesión?
Quería hacer una ingeniería superior y una de mis hermanas ya la había acabado. De hecho, cuando entré en la escuela retiré su título (después de bastantes gestiones con la Secretaría, que siempre me parecieron supereficientes). Aquello me generó una sensación muy extraña, yo acababa de entrar a la escuela y tenía en mi mano el título, solo había que cambiar Laura por Aida. Se lo mostré a los pocos amigos que tenía en ese momento; después, hice muchos más que todavía conservo. Lo que sí llegó muchos años más tarde fue mi propio título, con el que descubrí que yo no era Ingeniero Agrónomo como mi hermana, sino Ingeniera Agrónoma.
En Guadalajara, consideran que un arquitecto sí es competente para firmar una panadería, pero un ingeniero agrónomo no
¿Te has dedicado siempre al ejercicio libre de la profesión? Cuéntanos brevemente tu experiencia profesional.
No, mi primer contrato laboral fue en una constructora en Madrid en el año 2000. Mi jefe era muy listo, y quería que además de jefa de obra, redactara los proyectos de actividad, así que me inicié llevando los partes de obra, subcontratando y dirigiendo la construcción de una nave de hormigón para la que elaboraría mi primer proyecto visado. Sería la actividad de un almacén de productos farmacéuticos en San Sebastián de los Reyes (Madrid). Por supuesto, yo estaba más que verde, pero no lo dudé, y menos cuando al colegiarme conocí a nuestro secretario técnico, Don Javier Ortiz, que me ayudó cuanto necesité, me dio el respaldo que necesitaba y me aseguró que el Colegio siempre iba a defenderme, tanto a mí como a la profesión.
Pero sorpresivamente no fue para este proyecto ni en ese ayuntamiento cuando el Colegio tuvo que defenderme a mí y a nuestra ilustre profesión, sino 16 años más tarde y en el ayuntamiento de mi propia ciudad, Guadalajara, cuando rechazaron el proyecto de actividad de una panadería ecológica porque la ingeniera técnica industrial municipal consideró que los ingenieros agrónomos no éramos competentes para ello.
Este incidente me desagradó y decepcionó muchísimo, pero, como siempre, tuvo cosas buenísimas: la primera, que un amigo arquitecto, una vez leído su contenido, suscribió el proyecto con su firma para poder entregar exactamente el mismo proyecto. Es decir, en Guadalajara, consideran que un arquitecto sí es competente para firmar una panadería, pero un ingeniero agrónomo no. Y la segunda, que mi Colegio y, en especial, el delegado de Guadalajara, Gabriel Mesquida, luchó y me acompañó en todo momento y nunca ha cejado en el esfuerzo de rebatir, junto con el abogado Fernando Veiga. Pero bueno, sobre la panadería ya se ha hablado mucho y, afortunadamente se ha conseguido una sentencia favorable de la SECUM (Subdirección General de Mejora de la Regulación, Apoyo a la Empresa y Competencia del Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital).
Me había quedado en la constructora, pues cuando terminé esa obra y gracias a un amigo de mi hermano ingeniero de Caminos, Gabriel Silva, conseguí un puesto en una ingeniería especializada en proyectos de bodegas de vino en Logroño. Allí aprendí muchísimo de mis compañeros: ingenieros, arquitectos, aparejadores, delineantes, administrativos y de mi jefe, que era ingeniero agrónomo, Héctor Madrigal, al cual le debo muchísimo y que, por desgracia, falleció muy joven.
A pesar de que en Logroño estaba de maravilla, quise regresar a mi tierra, a Guadalajara, y me matriculé en el Máster en Jardinería de la escuela de Fernando Gil-Albert. El máster lo compaginé trabajando por horas con un ingeniero técnico industrial que hacía muchos proyectos, y en esa época conocí a los dos socios que tengo ahora, Cristina Pacheco, con la que dirijo un estudio de paisajismo, y Jorge Tomé, ingeniero agrónomo, con el que hago proyectos agroindustriales y de todo tipo.
¿Qué tipos de proyectos haces?
Hago absolutamente de todo. A veces soy una auténtica mercenaria, ya que digo a todo que sí, pero no estoy sola, como he dicho. Tengo dos socios, la primera mi admirada e incansable compañera Cristina Pacheco del Máster en Jardinería y Paisajismo, que llevamos más de 18 años juntas, y hacemos proyectos de parques y jardines, cubiertas vegetales y todo lo relacionado con la infraestructura verde de las ciudades. Nuestro último trabajo importante ha sido el asesoramiento para el fomento de la biodiversidad en parques históricos de Madrid. Nuestro estudio se llama verdeypaisaje.
Hacia 2008, con la crisis, perdimos bastantes clientes y los jardines no eran una prioridad, así que empecé a colaborar con Jorge Tomé, que ya se dedicaba al ejercicio libre y a la redacción de proyectos por cuenta propia desde hacía años. Gracias a él, yo ahora estoy firmando proyectos de todo tipo: naves agrícolas y ganaderas, cambios de uso de forestal a agrícola, estudios de impacto ambiental, actividades como queserías, mielerías, secado y transformado de plantas aromáticas y medicinales, plantas de tratamiento de residuos, asesoramiento técnico para regadíos, expedientes de subvención, admisibilidad de pastos, informes georreferenciados para Catastro, incluso colaboro en el montaje y desmontaje del festival de música Gigante que se celebra en Alcalá de Henares. Nos hacemos llamar Estructuras Rurales.
La complejidad del ejercicio libre es la misma que para cualquier profesional por cuenta propia: la competencia de las grandes ingenierías, algunos compañeros que tiran los precios, nunca saber exactamente qué cobrar…
¿Qué es lo más complicado de ejercer la profesión en el ejercicio libre?
La complejidad del ejercicio libre es la misma que para cualquier profesional por cuenta propia: la competencia de las grandes ingenierías, las asociaciones, algunos compañeros que tiran los precios, nunca saber exactamente qué cobrar… y luego está la complejidad técnica que depende de la dificultad del propio encargo y del lugar donde se quiera ubicar el proyecto en sí. Habitualmente nuestros proyectos se desarrollan en suelo rústico y, en ocasiones, protegido. Las trabas administrativas son muy tediosas y desesperantes, en especial con la Confederación Hidrográfica del Tajo. Los ayuntamientos no tienen técnicos que informen los proyectos y hay que esperar que lo haga la diputación, las licencias se alargan muchísimo y es una pesadez.
Tampoco ayudan algunos arquitectos o ingenieros industriales de ayuntamientos que no saben lo que es un ingeniero agrónomo y ponen trabas sin motivo ninguno.
Cuando el encargo abarca más profesiones que la nuestra, buscamos los colaboradores necesarios para sacarlo adelante, por ejemplo, siempre cuento con el mismo ingeniero técnico topógrafo, Carlos Álvarez, y con la ayuda inestimable y desinteresada de la profesora de la Escuela, Maite Gómez Villarino. Gracias a ella, sacamos adelante dos evaluaciones de impacto ambiental junto con un estudiante en prácticas que hizo un buenísimo trabajo, Jorge Rosenvinge.
A menudo todos los proyectos vienen a la vez, y otras me planteo si buscar un empleo… Llevar eso es complicado, pero todo es la experiencia. Es necesario adaptarse a esa inestabilidad y disfrutar de los momentos con menos carga de trabajo y no agobiarse para luego poder rendir bien cuando viene todo a la vez.
¿Y lo que más te gusta de ejercer la profesión de esta forma?
La gran diversidad de encargos, enfrentarme a nuevos retos, seguir aprendiendo día a día, conocer y ayudar a mis clientes, que salgan los proyectos, ver hecho realidad lo que se plasmó en el papel: un jardín, una construcción, superar esas trabas administrativas que he mencionado antes, lograr y construir cosas.
Las colaboraciones con otros técnicos, el trabajo en equipo, que cuenten contigo para proyectos nuevos, que confíen en tu capacidad, que los proyectos salgan, que me visen los proyectos superrápido porque no han detectado ninguna incidencia, eso me enorgullece.
Y, por supuesto, los pequeños placeres de cualquier autónomo: ser independiente, no tener horario fijo, no soportar a un jefe, poder dedicar mi tiempo a lo que realmente quiero y decidir sobre mí misma.
"Tengo muy, muy pocos clientes que sean mujeres. Y sí, por supuesto que noto un trato distinto"
Esta profesión se caracteriza por ser una profesión muy masculinizada. ¿Has notado un trato distinto en tu día a día por ser mujer?
No solo nuestra profesión, también el ámbito en el que trabajamos. Tengo muy, muy pocos clientes que sean mujeres. Y sí, por supuesto que noto un trato distinto. De hecho, la mayoría de los proyectos del ámbito más rural los consigue Jorge.
Volviendo al género en el lenguaje y, aunque no soporto que se repitan las palabras (compañeros y compañeras), es indudable, y creo que ya ampliamente reconocido por la sociedad, que cuando se ha hablado de oficios o profesiones tradicionalmente masculinas (los científicos, los médicos, los ingenieros, los albañiles, los electricistas, etc.), las mujeres no éramos visualizadas como tales en el imaginario colectivo. Y no era así porque el machismo imperante no nos incluía. Pero el cambio ya es imparable y, por eso, me da muchísima lástima que a algunas compañeras les “suene mal” o “menos prestigioso” lo de ingenieras agrónomas, cuando realmente es lo que somos y es un logro más por el que sentirnos orgullosas.
¿Qué mensaje enviaría a las estudiantes que este año tienen que elegir qué carrera estudiar para animarlas a ser ingenieras agrónomas?
Desde mi experiencia, animo totalmente a las chicas a estudiar agrónomos, que así es como lo llamábamos los de mi generación. No estoy al tanto de los nuevos planes de estudio, de hecho, yo nací en 1972 y el plan en el que estudié era el del 74, pero entiendo que será más acorde al tiempo que vivimos.
Compaginar el medio natural y la ingeniería me parece, sencillamente, hermoso además de útil y vital, considerando que nuestro lema, Sine Agricultura Nihil, sigue completamente vigente. Los campos de conocimiento y laborales creo que son amplísimos y nos hemos demostrado muy capaces en muy diversos ámbitos. Podemos hacer un proyecto de una nave un día y al siguiente aconsejar sobre qué especies son las más idóneas para dar sombra a un jardín.
Siempre he sido algo exagerada y puedo acabar con que ser ingeniera agrónoma es mi superpoder. Es lo que me ha dado la actitud intelectual de enfrentarme a todo y la convicción de que llegue el encargo que llegue pondré todo mi empeño y capacidad en sacarlo adelante y en el plazo exigido. Nosotras podemos.