Elena Pita es ingeniera agrónoma colegiada, experta en medioambiente, desarrollo sostenible y cambio climático. En la actualidad está al frente de la Fundación Biodiversidad. En esta entrevista publicada completa en el último número de Mundo del Agrónomo hablamos con ella sobre la Fundación, los retos medioambientales actuales y el papel que jugamos los ingenieros agrónomos en este ámbito.
En la actualidad está al frente de la Fundación Biodiversidad, pero en su extensa trayectoria profesional Elena Pita ha desempeñado diferentes funciones en organismos como la Dirección General de Cooperación Internacional y Desarrollo de la Comisión Europea, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo o la Oficina Española de Cambio Climático, entre otras.
Desde su creación en 1998, la Fundación ha gestionado ayudas por un valor de más de 230 millones de euros, con los que se han apoyado cerca de 2.000 proyectos de conservación. ¿Qué balance hacen?
A lo largo de sus 23 años de trayectoria, la Fundación ha realizado un trabajo intenso e importante. Ha sido pionera, por ejemplo, en la designación de Áreas Marinas Protegidas. España, con un 12 % de superficie marina protegida, es uno de los pocos países que ha superado el objetivo de proteger el 10 % de las regiones marinas en el año 2020 comprometido con el Convenio de Diversidad Biológica (CBD). A esto ha contribuido, de forma importante y sostenida, el trabajo de la Fundación en la última década, coordinando el trabajo de numerosos socios y beneficiarios.
Además, en estos años ha trabajado con cerca de 200 especies, mejorando el estado de conservación de algunas tan emblemáticas como el lince ibérico, el oso pardo, el águila imperial, la tortuga boba o la posidonia. También ha participado, coordinando o colaborando, en 17 proyectos europeos, canalizando 110 millones de euros para la conservación. Gracias a algunos de estos proyectos europeos, como el LIFE Shara, ha contribuido al desarrollo y a la implementación del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático. Y también se ha impulsado la economía y el empleo verde y azul a través de los programas Empleaverde y Pleamar, gracias a los cuales esperamos apoyar más de 500 proyectos en estos ámbitos.
También me parece significativa la capacidad que ha desarrollado la Fundación a lo largo de estas dos décadas para forjar alianzas y articular distintos tipos de actores. Mediante nuestras convocatorias de ayudas, por ejemplo, hemos podido colaborar en los últimos años con más de 1.000 entidades. El 70 % de ellas son ONG, asociaciones y fundaciones, el 20 % corresponde a administraciones públicas, PYMES y medios de comunicación, sin olvidar el 10 % del sector académico, universidades y centros de investigación. También es un ejemplo de alianzas el Proyecto LIFE Intemares, que aglutina diversos socios de sectores vinculados al mar y que ha implicado ya a más de 4.500 participantes y 750 organizaciones en sus 5 años de andadura, y que avanza hacia un modelo de gestión de los espacios marinos protegidos basado en la participación.
La declaración de Emergencia Climática, la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, el Pacto Verde Europea de la UE, la Agenda 2030, etc. están marcando las estrategias de las administraciones públicas. ¿Con reglamentaciones es suficiente?
Necesitamos un cambio cultural, de mentalidad, que guíe y acompañe las transformaciones necesarias para hacer frente a los retos ambientales. Como sociedad, nos encontramos en un momento clave. Hemos sometido a los ecosistemas a una presión que sobrepasa su capacidad de regeneración natural, con la consiguiente pérdida de servicios ecosistémicos (que incluyen por ejemplo la provisión de alimentos y materias primas, la protección costera, la provisión de agua, la regulación del clima, la polinización, etc.), lo que tiene a su vez graves consecuencias en la sociedad y en la economía. Tenemos que contribuir a revertir este proceso urgentemente, y ayudar a construir un nuevo modelo de prosperidad. Este nuevo modelo tiene que ser respetuoso con la naturaleza, descarbonizado, adaptado al cambio climático, inclusivo y que además tenga en cuenta a las generaciones futuras.
Aunque existe una percepción cada vez mayor de que es necesario actuar, todavía es necesario un proceso intenso de transformación que mueva a las sociedades hacia la acción. No hay una receta para hacer esto, pero numerosos estudios muestran que es necesario combinar la transformación de los entornos de decisión (la normativa) con la transformación de las propias decisiones individuales. Y es necesario también un trabajo profundo de modificación de los valores y las percepciones sobre el medio ambiente y la propia sostenibilidad.
Así, en la Fundación Biodiversidad estamos desarrollando una nueva línea de trabajo que llamamos “cambio de estilos de vida para recuperar la naturaleza”. En esta línea, vamos a tratar de promover cambios en tres niveles. Por un lado, los cambios de comportamiento, el día a día de las personas, con pequeños pasos hacia la sostenibilidad que suponen cambios a corto plazo. Por otro lado, tratamos de promover cambios sistémicos, de políticas públicas, que dinamicen y generen un entorno para que los cambios se prolonguen en el tiempo. Y, por último, cambios de las percepciones y los valores para que las personas no solo cambien sus formas de actuar, sino que estén convencidas de ello y lo promuevan activamente.
La Estrategia de Biodiversidad de la UE planteó terminar con la pérdida de biodiversidad en 2010, pero no lo hicimos. Después, nos fijamos el año 2020 y aún estamos en ello. ¿Podremos alcanzar esta meta para 2030?
La buena noticia es que pese a que la intervención humana es la que ha provocado el cambio climático y la pérdida acelerada de biodiversidad también es la que puede contribuir a revertirlo. En otras eras geológicas, otros cambios climáticos que han conllevado extinciones masivas de especies han sido producidos por causas como las variaciones galácticas y orbitales, la oblicuidad y excentricidad de la Tierra o la variación solar. En la situación que estamos viviendo, el reto es enorme. Problemas complejos como los ambientales, requieren respuestas complejas en varios frentes a la vez: conservación, restauración, descarbonización, reducción de la contaminación y los residuos, reutilización y reciclaje, adaptación al cambio climático, etc. Además, como problemas globales que son, exigen una respuesta coordinada y multilateral, basada en la negociación y en los acuerdos entre países. Y como ya he mencionado, el reto no implica solo cambios estructurales en la economía, también tiene que ir acompañado de un importante cambio cultural y de mentalidad de la sociedad.
¿Su formación como ingeniera agrónoma en qué medida le ha ayudado a desarrollar su trabajo?
Creo que mi formación me permite entender la importancia de articular la conservación, la restauración y el uso sostenible de los recursos naturales en el territorio, teniendo en cuenta a todos los actores y a todos los sectores como parte de las estrategias de lucha contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Es una formación multidisciplinar, que incluye aspectos de ingeniería, economía, tecnología y ciencias de la naturaleza, lo que permite una visión amplia de los problemas y sus soluciones.
El padre de la bioeconomía, Nicolas Georgescu-Roegen, llegó a afirmar que la economía era “una rama de la biología”, para subrayar la necesidad de que la economía se desarrolle dentro de los límites ecológicos de la Tierra, y la inviabilidad de un crecimiento económico continuo que choque con los límites físicos y biológicos de los ecosistemas.
La agricultura y la ganadería pueden tener un impacto importante sobre el uso del suelo, la contaminación del agua, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), etc. pero también existe un gran potencial para el desarrollo de sistemas de producción sostenible. Por ejemplo, en la Fundación, en el marco de nuestros programas Empleaverde y Pleamar existen distintas iniciativas para apoyar la sostenibilidad en sectores como la agricultura, la ganadería, la pesca y la acuicultura, a través de actividades de formación y de ayuda a la contratación de personas desempleadas. Otra iniciativa que nos permite canalizar esfuerzos en este sentido es la Plataforma de Custodia del Territorio, liderada por el Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico a través de la Fundación Biodiversidad. La custodia del territorio es una herramienta que facilita la implicación de propietarios con tierras en desuso, a través de acuerdos voluntarios con las denominadas entidades de custodia, apoyando una actividad en el medio agrícola de calidad y generando empleo local. En estos sectores, es importante también poner en valor sinergias con las estrategias de respuesta al reto demográfico.
En los últimos años hemos apoyado al sector de la producción y alimentación ecológica con más de un millón de euros, a través de 10 proyectos que han conseguido que más de 3.000 personas sean formadas o asesoradas en sostenibilidad, impulsando la creación de más de 150 empleos vinculados a la producción ecológica.
En este proceso de transición ecológica ¿qué papel juegan los ingenieros agrónomos?
La agricultura y la ganadería son actividades estrechamente relacionadas con la biodiversidad y los servicios ecosistémicos, de los que dependen directamente, y su potencial de desarrollo sostenible es enorme. Se trata de un sector estratégico, adaptado durante siglos al ambiente en que se ha desarrollado, que ahora debe evolucionar para responder a la demanda de alimentos de forma respetuosa con el medio, sin aumentar los efectos del cambio climático. En este sentido, las diferentes políticas europeas y nacionales para la sostenibilidad y la adaptación al cambio climático, como la Estrategia Europea de Biodiversidad de aquí a 2030 y la estrategia De la Granja a la Mesa, contribuyen a la promoción de sistemas agroalimentarios sostenibles y resilientes, incluyendo la agricultura ecológica y regenerativa.
Pero aún existen diversas barreras para su desarrollo, y creo que los ingenieros agrónomos tenemos un papel importante que desarrollar para contribuir a superarlas. Estas barreras pueden incluir, entre otras, la falta de demanda de proximidad para los productos ecológicos, que en muchos casos se destinan a la exportación, aumentando su huella de carbono, la necesidad de financiación para la inversión inicial que puede suponer un cambio de sistema de producción, o la falta de asesoramiento e información sobre innovaciones y buenas prácticas.
Tenemos que trabajar para que las nuevas generaciones puedan ver la agricultura como una opción de futuro, que vean que existe un “agronegocio ecológico”, sostenible, rentable y que representa además una oportunidad de desarrollo para las zonas más despobladas.